Hace ya varios años, cuando empecé a interesarme por hacer una carrera en el mundo de las finanzas, adquirí la costumbre de leer todos los artículos que pudiera encontrar en los periódicos acerca de estos temas. Recuerdo que en una ocasión revisé una nota que me sorprendió mucho; describía la compra de una empresa, que se llevó a cabo porque los dueños de la misma eran extranjeros y por cuestiones personales decidieron regresar a sus países de origen.
Lo que más llamó mi atención fue el concepto de comprar una empresa. ¿Cómo sería eso posible? Y ¿cuánto dinero habría que tener para cubrir semejante transacción? Asumí que únicamente los multimillonarios podrían fijarse tales objetivos, pues no imaginaba cómo es que un profesionista común (alguien como mi mamá, mi papá o mis hermanos mayores) podría pagar por algo que a mí me parecía sumamente costoso y prácticamente imposible de vender.
Ya en la universidad y conforme avancé con mis estudios, descubrí que muchas cosas que yo imaginaba irrealizables o tremendamente costosas, en realidad no lo eran; de hecho, sucedían con frecuencia en el mundo de los negocios y no concernían exclusivamente a los personajes que aparecían en las listas de Forbes. Entre dichos fenómenos estaba la compra de empresas.
Entonces entendí que la incredulidad y el asombro de mi juventud ante la idea de comprar una empresa se debían, en buena medida, a lo que comúnmente se entiende por este último concepto. Al hablar de empresas se piensa en grandes compañías, como Pemex, The Coca-Cola Company o Apple. Pero los negocios familiares o de particulares, que comienzan con una pequeña tienda y logran consolidarse como una compañía estable, aunque no lleguen a proporciones gigantescas, también son empresas. Con cualquiera de los dos tipos de compañía se puede dar una oportunidad de compra-venta, por lo que adquirir una empresa ya constituida es una posibilidad asequible en distintos niveles.
Ahora bien, ¿por qué alguien compraría una empresa? Existe la idea de que para iniciar con un negocio propio es necesario diseñar un producto o servicio nunca visto, que asombre a los consumidores y despierte el deseo de compra. Pero esto no es siempre necesario. Si ya existe un producto que tiene aceptación y demanda, y ya se desarrolló todo un sistema para fabricarlo y comercializarlo, ¿por qué no adquirir esa empresa cuando se presenta la oferta? De esta forma sólo se da continuidad y se optimiza lo que la funciona.
No obstante, así como hacemos revisiones minuciosas para comprar un equipo tecnológico, una casa o un auto, también hay aspectos que debemos evaluar si pensamos adquirir una empresa. Por ello, a continuación te comparto el checklist básico de lo que debes cuidar, si consideras la alternativa de comprar una empresa.
1. Estabilidad financiera. Revisa las declaraciones de impuestos y los estados financieros de la empresa, para confirmar que no arrastre deudas.
2. Cuentas por pagar y cuentas por cobrar. Confirma que el pago y el cobro de facturas estén al día y de no ser así, revisa las fechas.
3. Personal. En muchos casos, la compra de la empresa es una especie de traspaso, que implica conservar los modelos de operaciones y producción, la estructura financiera y, por supuesto, al personal. En este sentido, lo que conviene revisar son los modelos de organización y el perfil de los empleados, para saber si podrás adaptarte a su forma de trabajo.
4. Clientes. Lo menciono casi al final de la lista, pero en realidad se trata del aspecto más importante. Conocer la cartera de clientes, así como la forma en que interactúan con la empresa (pedidos, contratos, puntualidad en los pagos) te dará una idea de la aceptación que tienen los productos o servicios de la empresa, así como de su capacidad para tratar con los clientes.
5. Aspectos legales. Asegúrate de que todo esté en orden en cuanto a licencias comerciales y cumplimiento de requisitos legales, así evitarás cargar con infracciones que no te corresponden.